Chiclayo en Línea.- Tremendo es el escenario político, social y económico en el que llegamos al bicentenario. Esta primera vuelta electoral ha sido un golpe de realidad que cuesta procesar porque vivimos casi todos desconectados de las otras realidades, esas que no nos son cercanas. Y no hablo solamente de la ‘sorpresa’ de Castillo-Cerrón, hablo del descuartizamiento político que hemos presenciado en estas elecciones de primera vuelta.
Castillo ha ganado con un 16% de preferencias su pase a segunda vuelta. Eso es 16 peruanos de cada 100. Y sí, es más de lo que sacó el resto de candidatos casi empatados en los siguientes 5 puestos, pero por muy poco. Lo que quiero decir es que esta ‘victoria’ de Castillo debe ser dimensionada; atendida y no despreciada, pero tampoco sobre dimensionada.
Por supuesto que es importante porque proviene en gran parte de un sector que no suele tener espacio en los medios (masivos o independientes digitales) de Lima porque seguimos mirando las cosas (y el Perú) desde nuestro sesgo limeño-urbano; pero justo por eso es también importante no caer en esa sobre simplificación de decir que ‘habló el Perú profundo’, porque además de la connotación clasista (no intencionada) de esa frase, ha hablado solo un 16% por ciento de la población.
Ningún candidato tiene un respaldo contundente
Dimensionando los resultados de esta primera vuelta, creo que una primera lección se desprende de esa repartición de preferencias presidenciales en hasta 5 o 6 candidatos. Eso nos dice que no hay una representatividad nacional mayoritaria y menos absoluta. Ninguno de los 18 candidatos representó los sentires y necesidades de una nación multidiversa y atomizada en lo social, lo económico y en valores ideológicos como el Perú. Estos resultados son una manifestación de esa falta de representación. De cada 100 peruanos, más de 70 no se siente representado ni por Castillo ni por Keiko o de Soto y lo mismo si llegaba Verónika Mendoza o Aliaga a la segunda vuelta.
Hay que preguntarnos sobre el porqué de esa dispersión de las preferencias, y es una respuesta compleja y multifactorial, pero un primer factor importante e ineludible me parece que es la incredulidad y desconfianza en los políticos, en general, por la resaca Lavajato-presidentes, la convulsión política de los últimos años, la desesperación durante la pandemia, la falta de partidos políticos con base social real ( aquí hay que repreguntarse por qué la gente no participa en política partidaria) e incluso la desatención que la crisis pandémica y económica ha causado en esta campaña (24% aún estaba indeciso a pocos días de las elecciones).
La desconexión de las clases medias progresistas
Pero creo, sobre todo, que hay que mirar a las reales desconexiones sociales, no solo de las clases más pudientes con las menos pudientes, sino también de las clases medias progresistas con las esos sectores menos pudientes; aun cuando las clases medias progresistas y activistas sí tengan una preocupación legítima por los históricamente menos atendidos.
Sin embargo, una segunda lección para nosotros, es que no basta preocuparse mientras haya poco intercambio y conversación y mientras no sean ellos mismos quienes se representen sin intermediarios. Pedro Castillo es su representante orgánico y ya era hora que se les escuche y no se les niegue o siga invisibilizando. Pero esa es una parte del Perú.
El Perú también somos los que no pensamos como Pedro Castillo y eso no es lo vergonzoso, lo vergonzoso es que neguemos a quienes están detrás de él, o que desmerezcamos nuestros esfuerzos. Pedro Castillo no es ‘el Perú profundo que habló’, es una parte del Perú desatendido y explotado por las élites económicas, pero también desentendido (aunque no explotados) por los grupos progresistas de clases medias.
La disputa entre conservadurismo y progresismo
Creo que una segunda lección de esta primera vuelta es que más que una confrontación entre derecha o izquierda económicas, lo que estaba y está delante de nuestros ojos es una disputa incluso anterior, la del conservadurismo contra el progresismo. Si algo tienen en común la izquierda de Pedro Castillo con las derechas de Keiko, López Aliaga- y hasta de Soto y Lescano- son sus diversos grados de conservadurismo. pero conservadurismo al fin. Al margen de los modelos de Estado que cada cual defiende, coinciden en su rechazo a los valores del progresismo por los derechos de minorías sexuales o de las mujeres frente a su cuerpo y la reproducción.
La encarnación política de esos miedos en el respaldo a todos esos candidatos de los primeros 4 o 5 puestos, son una respuesta al avance del progresismo de los últimos años.
A los progresistas nos toca aceptar que el conservadurismo tiene ese gran arraigo en el país por ser lo atávico, lo tradicional, lo que la religión, a la que esos colectivos se aferran, promueve para sostener su poder social; mientras el progresismo es el cambio, que siempre asusta, que es rechazado y hasta demonizado.
Pero a los conservadores también les toca aceptar que los progresistas no nos vamos a ir ni vamos a dejar de luchar por lo que creemos es fundamental para el bien de una sociedad más justa e igualitaria, sin importar tu género o tu clase social. Esta es una gran roca dura de picar entre estas dos visiones de valores sociales y un enorme reto, porque, así como nosotros los progresistas vemos a los conservadores como gente antiderechos y anacrónica, ellos nos ven como desviados y equivocados. Nosotros, los progresistas, estamos convencidos de que la nuestra es una concepción más humanista de la sociedad y sus miembros, y ellos, los conservadores, están convencidos de que son sus valores los que la sociedad necesita.
Oportunidad en la derrota
El conservadurismo es mayoría en el país y ahora está apunto de tomar las riendas del gobierno, sea de mano de Keiko o de Castillo. No hay que tomar eso como una derrota, sino como un punto de inicio de un trabajo que aún está por hacerse. Estas elecciones sirvieron para reconocernos, autoconvocarnos, articularnos, conocernos y conversar incluso entre nosotros, y no es nada desdeñable el porcentaje de progresistas y feministas que se aglutinaron bajo la apuesta de Verónika Mendoza, y salvando el modelo económico, la del progresismo de Guzmán. No somos pocos tampoco. Somos una pequeña gran minoría y somos necesarios, y hay que seguir trabajando. No es momento de dejar el campo cuando más trabajo hay por hacer. Nos hace falta ampliar nuestras bases, llegar a esos sectores a los que no llegamos porque no son con los que estamos directamente conectados para hacer entender el humanismo detrás de los valores anticlasistas, antiracistas, antihomófobos, antipatriarcales o antixenófobos que defendemos.
Debemos seguir en la lucha de representarnos a nosotros mismos y a lo que creemos hará del Perú un mejor país, pero abiertos a un diálogo necesario para construirlo juntos, no por imposición política sino por convencimiento social. Es importante mantener la voz política en los próximos 5 años y no esperar otros 5 años a una nueva campaña, porque sea Keiko o Castillo, muchos de los derechos en los que creemos serán revertidos por cualquiera de los dos.
A seguir dando batalla
¿Keiko o Castillo? Muchos estamos muy hartos de tener que terminar apoyando siempre la opción que consideramos el mal menor para evitar el abismo. Castillo-Cerrón proponen un gobierno de izquierda nacionalista con un rol muy fuerte del Estado, incluso en temas como libertad de información- que pueden lindar con la censura- o la satanización de las ONGs, entre otros; pero sí tienen una valoración que se esfuerza por ser no machista acerca de la mujer (ver capítulo “La mujer socialista”) y parece promover algunas de las luchas del feminismo sin querer denominarse de esa manera, lo que da cuenta de que no terminan de comprender a los feminismos, pero en cualquier caso, eso puede ser un punto de diálogo, debate y aprendizaje.
Con lo que es imposible negociar es con una agrupación que no solo tiene por líder a una mujer conservadora que ha mostrado su poca vocación social por los peruanos en muchas oportunidades, su nula vocación social por el bien común, que lidera una agrupación investigada como organización criminal, que defiende todos y cada uno de los asesinatos, esterilizaciones y atropellos a los derechos humanos y robos ejecutados por su padre en el gobierno del que ella fue parte; pero además de ese pasado, tenemos pruebas de su proceder cuando tiene una cuota de poder como lo tuvo con una bancada de 70 congresistas durante el gobierno pasado, pruebas de cómo usó ese poder sin importarle desestabilizar al país durante los últimos cinco años o las necesidades de la gente, obstaculizando y poniendo en jaque a los dos gobiernos subsiguientes sin pausa.
A mí también me dan miedo Castillo-Cerrón, y creo que hasta es posible que un gobierno suyo termine hundiendo más la concepción de izquierda de lo que ya la ayudado a hundirse el neoliberalismo de la derecha peruana; pero siendo absolutamente honesta (como intento siempre ser), aun cuando un gobierno de Castillo-Cerrón es probable que salga mal, un gobierno de Keiko Fujimori no me cabe duda que será un regreso de lo peor del fujimorismo y sus malas artes, su corrupción y vocación por acumular todos los poderes, su prepotencia y desprecio por los peruanos.
El plan de gobierno de Castillo-Cerrón reconoce la declaración universal de los Derechos Humanos, mientras Keiko creció despreciando todo lo que tiene que ver con derechos y lo ha demostrado en dicho y hecho muchas veces. Los Derechos Humanos son un piso mínimo indispensable para cualquier tipo de diálogo con cualquier gobierno. Y al fujimorismo de Keiko los derechos le tienen sin cuidado, igual que para los poderes económicos de facto que la apoyarán, que, dados a escoger entre derechos de las personas y los dividendos, siempre escogen los dividendos.
El plan de gobierno de Castillo-Cerrón tiene propuestas socialistas interesantes que pueden terminar haciendo justicia para los olvidados de siempre del Perú, pero también tiene concepciones de izquierda marxista ortodoxa que son disonantes con este momento de la historia. Sin embargo, es más fácil conversar, dialogar y negociar con quien tiene principios- por más alejados que estos estén de nosotros- que con quien como Keiko solo tiene una agenda de beneficio personal y para con los poderes fácticos económicos.
Ya veremos cómo la derecha conservadora y la derecha económica, en complicidad con los medios masivos de comunicación, darán una muestra del abuso de su poder durante la campaña breve y fulminante que será esta segunda vuelta.
Entonces recordaremos que lo que se viene con Keiko Fujimori será la peor pesadilla para la mayoría de peruanos, para la independencia de poderes, para el Estado de Derecho y para una democracia real.
Eso sí, llegado el 28 de julio de 2021, cualquiera sea el ganador, seremos una vez más oposición cada vez que haga falta serlo, como con Humala, como con PPK, como con Vizcarra. Vigilantes y con las zapatillas listas para tomar las calles cuantas veces sea necesario. (Por: Claudia Cisneros Méndez Otra Mirada)
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